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lunes, 19 de octubre de 2020

Mensaje de los Obispos ante la pandemia

Mensaje de los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz 
con motivo de la pandemia de la Covid-19 
 

El arzobispo de Mérida-Badajoz, el obispo de Plasencia y el Administrador Diocesano de Coria-Cáceres decidimos, en nuestra reunión ordinaria de la Provincia Eclesiástica del pasado día 9 de octubre, enviar este Mensaje a las comunidades eclesiales y, en general, a los fieles de nuestras diócesis. Conscientes de que el Señor nos ha encargado el cuidado del pueblo de Dios, con particular esmero en las actuales circunstancias, además de hacer llegar a todos nuestro saludo de paz y de bien, queremos compartir las preocupaciones del momento presente, invitar a vivirlo desde la responsabilidad social y eclesial e indicar algunas recomendaciones que nos parecen necesarias en la actual situación.

 
Somos vulnerables

Probablemente es la lección primera de esta crisis. No es que no lo supiéramos, pero la covid-19 nos ha hecho tomar conciencia de esta gran verdad de nuestra vida. No somos dioses, ni inmortales ni todopoderosos. Llevamos nuestra existencia en frágiles vasijas de barro que, al primer descuido, se caen y se rompen. Un virus, prácticamente invisible si no es a la lente del microscopio, puede acabar con millones de vidas humanas.

Como consecuencia de ello, todos hemos experimentado desconcierto, desánimo, incertidumbre e incluso miedo. ¿Puede ser de otra manera cuando hemos sido visitados por este cortejo de desdichas: la enfermedad en cuanto tal, el dolor en las familias, la pobreza económica como consecuencia de la pérdida del trabajo y, finalmente, la misma muerte?

La conciencia de nuestra vulnerabilidad, si es asumida con madurez humana y cristiana, ofrece la posibilidad de encarar las dificultades de una manera nueva, hasta el punto de que podemos hacer nuestras las palabras del apóstol Pablo: “cuando (reconozco que) soy débil, entonces soy fuerte” (2Corintios 12,10). Ojalá que nosotros podamos adquirir esta fortaleza interior para vivir el momento presente con plenitud de sentido.

 
La comunidad cristiana, casa de comunión y solidaridad

Durante esta emergencia sanitaria hemos experimentado de forma palmaria que no podemos ni debemos vivir solos. Somos hermanos y estamos hechos para el encuentro y la comunión.

Hemos podido comprobar que las comunidades eclesiales son un espacio privilegiado para fortalecer, por una parte, la comunión hacia dentro y, por otra, el compromiso con las personas que están siendo más vulnerables en la actual situación de pandemia, creando una auténtica “cultura del encuentro”.

En los días más tristes y aciagos del confinamiento pudimos percibir como rayos de luz tantísimos gestos que nos llegaban de nuestros familiares y amigos y, al mismo tiempo, pudimos sentir también como hermanos a los sanitarios, a los miembros de las fuerzas del orden, a los transportistas y otros trabajadores, así como a los voluntarios afanados en cualquier tarea de servicio a los demás.

De esta forma, se dio la paradoja de que estábamos físicamente aislados pero espiritualmente conectados, sabiéndonos miembros de una comunidad.

Aprovechamos esta ocasión para reconocer y agradecer a todas las instituciones y grupos eclesiales que han generado diversas iniciativas de solidaridad. Caritas, los servicios asistenciales de las parroquias y otros muchos colectivos eclesiales han dado y siguen dando respuestas de una generosidad extrema en la atención a quienes más lo necesitan.


Volver a las iglesias con alegría

Después de los meses en los que estuvieron cerrados los templos al culto público y de la posterior limitación de los aforos, ahora invitamos a todos a volver con alegría a la casa del Señor para encontrar en la Eucaristía y en los demás sacramentos el alimento de nuestra vida cristiana. No es prudente suplir, más allá del tiempo necesario, la participación personal en la liturgia eclesial con otros medios excepcionales, por ejemplo telemáticos.

Por otra parte, hay que evitar restricciones arbitrarias o que se limiten los derechos de los fieles. En concreto, por más que sea preferible la comunión en la mano por razón de la situación, no puede prohibirse la comunión en la boca, como ha ocurrido en algunas ocasiones, a veces incluso cuando el fiel estaba ya a punto de recibirla. Confiamos al buen sentido pastoral de los sacerdotes que procuren fórmulas que permitan vivir con paz y sin tensión un momento como ése, de particular intensidad espiritual.

Queremos agradecer expresamente a los sacerdotes y a los fieles el esfuerzo realizado por adecuar los espacios litúrgicos y el comportamiento de todos a las indicaciones sanitarias, consiguiendo, de esta forma, celebraciones seguras, gozosas y bien dispuestas, como corresponde a la casa del Señor.

Esta misma voluntad de crear espacios seguros, serenos y fraternos es la que tiene que animar la organización de las catequesis y de otros encuentros pastorales, según las indicaciones ofrecidas a este respecto por nuestras diócesis.

En el dinamismo al que nos invita el Papa en su encíclica Fratelli Tutti, especialmente en el capítulo segundo, animamos a que nuestras comunidades parroquiales sean oasis de misericordia, activas en la rehabilitación y el auxilio de nuestras ciudades y pueblos extremeños, incansables en la labor de incluir, integrar, levantar al caído, haciéndonos “próximos” de quien nos necesita.

 
Comportarse con responsabilidad

Metidos de lleno en lo que se ha dado en llamar “la segunda ola”, la evolución de la situación en estos últimos meses nos obliga a recordar a todos la responsabilidad con la que hemos de vivir la situación presente, procurando un comportamiento sensato, prudente pero sin miedo, capaz de encontrar los

medios oportunos para cuidar la salud propia, pero también la de los hermanos. Y no sólo la salud física sino también la psicológica y la espiritual.

Así, por ejemplo, cuando se nos está hablando de la distancia social o interpersonal, además del valor propiamente sanitario, este comportamiento supone un alto grado de responsabilidad, pues esa distancia no supone ruptura o separación sino, más bien, respeto y consideración al otro, de cuya salud y bienestar yo he de sentirme responsable. Este cuidado termina siendo una forma exquisita de caridad. Se crea, en fin, una cadena de cuidados, que empieza por uno mismo, sigue por los otros y termina en el cuidado de la entera creación, completando así el círculo de lo que el papa Francisco ha calificado, en su encíclica Laudato si’, como “ecología integral”.

Animamos, pues, al cumplimiento responsable de las normas dictadas por las autoridades sanitarias en su vocación de servicio a la sociedad y, en tal sentido, merecedoras del reconocimiento y gratitud de todos los ciudadanos, que esperan de ellas transparencia y unidad. Como ha recordado recientemente el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, “la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo” (núm. 178).

 
Vivir la esperanza

La crisis actual puede ahondar una sutil especie de fatiga, que podríamos llamar “cansancio de la esperanza”, un cansancio paralizante que a veces pone en duda la viabilidad misma de la vida cristiana en el momento presente y hace que se instale un gris pragmatismo y comodidad en las comunidades y en los propios sacerdotes.

Creemos, sin embargo, que es la hora de todo lo contrario. Los Consejos pastorales parroquiales son un espacio privilegiado para buscar, entre todos, caminos audaces para revitalizar la tarea evangelizadora. Con esta crisis debería abrirse un tiempo nuevo. En su carta del día 31 de mayo a los sacerdotes de Roma el Santo Padre decía:

“La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor”.

Como “aviso para navegantes”, en su reciente encíclica Fratelli Tutti Francisco advierte:

“Olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida». Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (núm. 35).

 
La mirada de la fe: una realidad nueva

No podemos terminar sin la invitación a poner nuestra confianza en el Señor, para “no afligirnos como personas sin esperanza” (1Tesalonicenses 4,13).

Los desterrados que volvían a Sion desde Babilonia, probablemente con más pena que gloria, esperaban signos y portentos como los que, según su tradición, habían acaecido en el éxodo, a la salida de Egipto. Por eso el profeta les tiene que advertir: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo”. En lugar de mirar hacia atrás, el Señor los invita a mirar adelante: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isaías 43,18). ¿No será también la advertencia que el Señor nos hace aquí y ahora?

Por eso, confiamos en que, a pesar de los estragos de este maldito virus, podremos sentir real y cierto el anuncio del Señor: “Mira, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21,5). Ese grito de victoria viene inmediatamente después de estas palabras:

“Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (versículo 4).

Creemos que “para los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Romanos 8, 28), hasta el punto de que esperamos el “milagro” de que un virus tan inhumano termine por servirnos para ser más humanos y más hermanos.

No apoyamos, pues, nuestra esperanza en un fatuo cálculo de probabilidades ni en la estadística de los números. Nuestra esperanza está en Dios, en su amor, en su misericordia. A Él confiamos también a los científicos e investigadores que trabajan por encontrar una vacuna o una terapia eficaz, así como a los responsables políticos, económicos y sociales que buscan soluciones que mitiguen las secuencias negativas de la pandemia.

En estos meses hemos vuelto muchas veces nuestro recuerdo a Santa María de Guadalupe, patrona de Extremadura, “vida, dulzura y esperanza nuestra” para que nos muestre, una vez más, a Jesús, “fruto bendito de tu vientre. Amén”.

Con nuestro afecto y bendición.

Celso Morga Iruzubieta, Arzobispo de Mérida-Badajoz
José L. Retana Gozalo, Obispo de Plasencia
Diego Zambrano López, Administrador Diocesano de Coria-Cáceres


Badajoz/Cáceres/Plasencia, 19 de octubre de 2020,
fiesta de San Pedro de Alcántara, patrono de Extremadura

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