"La Riqueza de los Años"
Dicasterio para los Laicos, la Familia
y la Vida
Con el tema "La Riqueza de los Años" del 29
al 31 de enero, tuvo lugar en Roma el ICongreso internacional de pastoral para
los ancianos, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la
Vida. Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los
presentes en la audiencia
Discurso del Santo Padre Francisco
También los ancianos son el presente y el futuro de la
Iglesia
Queridos hermanos y hermanas, Os doy mi cordial bienvenida a vosotros,
participantes en el primer Congreso internacional de pastoral de los ancianos -
"La Riqueza de los Años" - organizado por el Dicasterio para los
Laicos, la Familia y la Vida; y agradezco al cardenal Farrell sus amables
palabras.
La "riqueza de los años" es la riqueza de las personas, de
cada persona que tiene a sus espaldas muchos años de vida, experiencia e
historia. Es el tesoro precioso que toma forma en el camino de la vida de cada
hombre y mujer, sin importar sus orígenes, procedencia, condiciones económicas
o sociales. Porque la vida es un regalo, y cuando es larga es un privilegio,
para uno mismo y para los demás. Siempre, siempre es así.
En el siglo XXI, la vejez se ha convertido en una de las
características de la humanidad. En unas pocas décadas, la pirámide demográfica
- que una vez descansaba sobre un gran número de niños y jóvenes y tenía pocos
ancianos en la cumbre - se ha invertido. Si hace tiempo los ancianos pudieran
poblar un pequeño estado, hoy pueden poblar un continente entero. En este
sentido, la ingente presencia de los ancianos es una novedad en todos los
entornos sociales y geográficos del mundo. Además, a la vejez corresponden hoy diferentes
estaciones de la vida: para muchos es la edad en la que cesa el esfuerzo
productivo, las fuerzas disminuyen y aparecen los signos de la enfermedad, de
la necesidad de ayuda y del aislamiento social; pero para muchos es el comienzo
de un largo período de bienestar psicofísico y de liberación de las
obligaciones laborales.
¿Qué sentido dar a esta fase de la vida?
En ambas situaciones, ¿cómo vivir estos años? ¿Qué sentido dar a esta
fase de la vida, que para muchos puede ser larga? La desorientación social y,
en muchos casos, la indiferencia y el rechazo que nuestras sociedades muestran
hacia las personas mayores, llaman no sólo a la Iglesia, sino a todo el mundo,
a una reflexión seria para aprender a captar y apreciar el valor de la vejez.
En efecto, mientras que, por un lado, los Estados deben hacer frente a la nueva
situación demográfica en el plano económico, por otro, la sociedad civil necesita
valores y significados para la tercera y la cuarta edad. Y aquí, sobre todo, se
coloca la contribución de la comunidad eclesial.
Por eso he acogido con interés la iniciativa de esta conferencia, que
ha centrado la atención en la pastoral de los ancianos e iniciado una reflexión
sobre las implicaciones que se derivan de una presencia sustancial de los abuelos
en nuestras parroquias y sociedades. Os pido que no se quede en una iniciativa
aislada, sino que marque el inicio de un camino de profundización y
discernimiento pastoral. Necesitamos cambiar nuestros hábitos pastorales para
responder a la presencia de tantas personas mayores en las familias y en las comunidades.
La longevidad es una bendición
En la Biblia, la longevidad es una bendición. Nos enfrenta a nuestra
fragilidad, a nuestra dependencia mutua, a nuestros lazos familiares y
comunitarios, y sobre todo a nuestra filiación divina. Concediendo la vejez,
Dios Padre nos da tiempo para profundizar nuestro conocimiento de Él, nuestra
intimidad con Él, para entrar más y más en su corazón y entregarnos a Él. Este
es el momento de prepararnos para entregar nuestro espíritu en sus manos,
definitivamente, con la confianza de los niños. Pero también es un tiempo de
renovada fecundidad. "En la vejez volverán a dar fruto", dice el
salmista (Sal 91, 15). En efecto, el plan de salvación de Dios también se lleva
a cabo en la pobreza de los cuerpos débiles, estériles e impotentes. Del
vientre estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abraham nació el Pueblo
Elegido (cf. Rom 4:18-20). De Isabel y el viejo Zacarías nació Juan Bautista.
El anciano, incluso cuando es débil, puede convertirse en un instrumento de la
historia de la salvación.
Consciente de este papel irremplazable de los ancianos, la Iglesia se
convierte en un lugar donde las generaciones están llamadas a compartir el plan
de amor de Dios, en una relación de intercambio mutuo de los dones del Espíritu
Santo. Este intercambio intergeneracional nos obliga a cambiar nuestra mirada
hacia las personas mayores, a aprender a mirar el futuro junto con ellos.
Cuando pensamos en los ancianos y hablamos de ellos, sobre todo en la
dimensión pastoral, debemos aprender a cambiar un poco los tempos de los
verbos. No sólo hay un pasado, como si para los ancianos sólo hubiera una vida
detrás de ellos y un archivo enmohecido. No. El Señor puede y quiere escribir
con ellos también nuevas páginas, páginas de santidad, de servicio, de
oración... Hoy quisiera deciros que los ancianos son también el presente y el
mañana de la Iglesia. Sí, ¡son también el futuro de una Iglesia que, junto con
los jóvenes, profetiza y sueña! Por eso es tan importante que los ancianos y
los jóvenes hablen entre ellos, es muy importante.
La profecía de los ancianos se cumple cuando la luz del Evangelio entra
plenamente en sus vidas; cuando, como Simeón y Ana, toman a Jesús en sus brazos
y anuncian la revolución de la ternura, la Buena Nueva de Aquel que vino al
mundo para traer la luz del Padre. Por eso os pido que no os canséis de
proclamar el Evangelio a los abuelos y a los ancianos. Id a ellos con una
sonrisa en vuestro rostro y el Evangelio en vuestras manos. Salid a las calles
de vuestras parroquias y buscad a los ancianos que viven solos. La vejez no es
una enfermedad, es un privilegio. La soledad puede ser una enfermedad, pero con
caridad, cercanía y consuelo espiritual podemos curarla.
Dios tiene un pueblo numeroso de abuelos en todo el mundo. Hoy en día,
en las sociedades secularizadas de muchos países, las generaciones actuales de
padres no tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe viva que los
abuelos pueden transmitir a sus nietos. Son el eslabón indispensable para
educar a los niños y a los jóvenes en la fe. Debemos acostumbrarnos a
incluirlos en nuestros horizontes pastorales y a considerarlos, de forma no
episódica, como uno de los componentes vitales de nuestras comunidades. No sólo
son personas a las que estamos llamados a ayudar y proteger para custodiar sus
vidas, sino que pueden ser actores de una pastoral evangelizadora, testigos
privilegiados del amor fiel de Dios.
Por esto doy las gracias a todos los que dedicáis vuestras energías
pastorales a los abuelos y a los ancianos. Sé muy bien que vuestro compromiso y
vuestra reflexión nacen de la amistad concreta con tantos ancianos. Espero que
lo que hoy es la sensibilidad de unos pocos se convierta en el patrimonio de
cada comunidad eclesial. No tengáis miedo, tomad iniciativas, ayudad a vuestros
obispos y a vuestras diócesis a promover el servicio pastoral a los ancianos y
con los ancianos. No os desaniméis, ¡adelante! El Dicasterio para los Laicos, la
Familia y la Vida continuará acompañándoos en este trabajo.
Yo también os acompaño con mi oración y mi bendición. Y vosotros por
favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Gracias!