El papa Francisco recibió la mañana del 1 de Octubre, a los participantes del IV Seminario de ética en el gerenciamiento de la salud, que del 1 al 5 de octubre se llevará a cabo en Roma. El Seminario, cuyo director general es el obispo auxiliar de La Plata, monseñor Alberto Bochatey OSA, cuenta con el auspicio de la Academia para la Vida. En su discurso el pontífice alentó a los profesionales de la salud a acompañar de manera serena, humana y participativa al hermano que sufre.
Discurso completo
Excelencias, señoras
y señores:
Les doy la
bienvenida a este encuentro y agradezco a Mons. Alberto Bochatey, O.S.A., Obispo
auxiliar de La Plata, Presidente de la Comisión de Salud de la Conferencia Episcopal
Argentina, al señor Cristian Mazza, Presidente de la Fundación Consenso Salud, y
a los entes que representan, por la oportunidad de este seminario que, con el
auspicio de la Pontificia Academia para la Vida, se organiza para afrontar temas
del ámbito de la salud que tienen gran relieve en la sociedad, desde una
reflexión ética basada en el Magisterio de la Iglesia.
El mundo de la
salud en general, y particularmente en América Latina, vive una época marcada
por la crisis económica; y puede hacernos caer en el desaliento las
dificultades en el desarrollo de la ciencia médica y en el acceso a las
terapias y medicinas más adecuadas. Pero el cuidado de los hermanos abre
nuestro corazón para acoger un don maravilloso. En este contexto les propongo
tres palabras para la reflexión: milagro,
cuidado y confianza.
Los responsables de
las instituciones asistenciales me dirán, con razón, que no se pueden hacer milagros y hay que asumir que el
balance coste-beneficio supone una distribución de los recursos, y que las
asignaciones vienen condicionadas además por infinidad de cuestiones médicas, legales,
económicas, sociales y políticas, además de éticas.
Sin embargo, un
milagro no es hacer lo imposible; el milagro es encontrar en el enfermo, en el
desamparado que tenemos delante, a un hermano. Estamos llamados a reconocer en
el receptor de las prestaciones el inmenso valor de su dignidad como ser
humano, como hijo de Dios. No es algo que pueda, por sí solo, deshacer todos los
nudos que objetivamente existen en los sistemas, pero creará en nosotros la
disposición de desatarlos en la medida de nuestras posibilidades y, además, dará
paso a un cambio interior y de mentalidad en nosotros y en la sociedad.
Esta conciencia —si
está profundamente arraigada en el substrato social— permitirá que se creen las
estructuras legislativas, económicas, médicas necesarias para afrontar los
problemas que vayan surgiendo. Las soluciones no tienen por qué ser idénticas en
todos los momentos y realidades, pero pueden gestarse con la combinación entre lo
público y privado, legislación y deontología, justicia social e iniciativa empresarial.
El principio inspirador de este trabajo no puede ser otro que la búsqueda del
bien. Este bien no es un ideal abstracto, sino una persona concreta, un rostro,
que muchas veces sufre. Sean valientes y generosos en las intenciones, planes y
proyectos y en el uso de los medios económicos y tecno-científicos. Aquellos que
se beneficien, especialmente los más pobres, sabrán apreciar sus esfuerzos e
iniciativas.
La segunda palabra
es cuidado. Curar a los enfermos no
es simplemente la aséptica aplicación de medicamentos o terapias apropiadas. Ni
siquiera su sentido primigenio se limita a buscar el restablecimiento de la
salud. El verbo latino “curare” quiere decir: atender, preocuparse, cuidar,
hacerse responsable del otro, del hermano. De eso tendríamos que aprender mucho
los “curas”, pues para eso nos llama Dios. Los curas estamos para cuidar, curar.
Esa disposición del
agente sanitario es importante en todos los casos, pero tal vez se percibe con
mayor intensidad en los cuidados paliativos. Estamos viviendo casi a nivel
universal una fuerte tendencia a la legalización de la eutanasia. Sabemos que
cuando se hace un acompañamiento humano sereno y participativo, el paciente crónico
grave o el enfermo en fase terminal percibe esta solicitud. Incluso en esas
duras circunstancias, si la persona se siente amada, respetada, aceptada, la
sombra negativa de la eutanasia desaparece o se hace casi inexistente, pues el valor
de su ser se mide por su capacidad de dar y recibir amor, y no por su
productividad.
Es necesario que
los profesionales de la salud y cuantos se dedican a la asistencia sanitaria se
comprometan en una continua actualización de las necesarias competencias, de
modo que siempre puedan responder a la vocación como ministros de la vida. La
Nueva Carta de los Agentes Sanitarios (NCAS) es un útil instrumento de
reflexión y trabajo para ustedes, y es un elemento que puede ayudar en el
diálogo entre las iniciativas y proyectos privados y estatales, nacionales e
internacionales. Este diálogo y trabajo conjunto enriquece concretamente las
prestaciones de salud y sale al encuentro de tantas necesidades y emergencias
sanitarias de nuestro pueblo latinoamericano.
La tercera palabra
es confianza, que podemos distinguir
en varios ámbitos. Ante todo, como ustedes saben, es la confianza del propio
enfermo en sí mismo, en la posibilidad de curarse, pues ahí estriba gran parte del
éxito de la terapia. No menos importante es para el trabajador poder realizar
su función en un entorno de serenidad, y ello no puede separarse de saber que
está haciendo lo correcto, lo humanamente posible, en función de los recursos a
disposición. Esta certeza se debe basar en un sistema sostenible de atención sanitaria,
en el que todos los elementos que lo conforman, regidos por la sana
subsidiariedad, se apoyan unos en otros para responder a las necesidades de la
sociedad en su conjunto, y del enfermo en su singularidad.
Ponerse en las
manos de una persona, sobre todo cuando está en juego la vida, es muy difícil; sin
embargo, la relación con el médico o enfermero se ha fundamentado siempre desde
la responsabilidad y la lealtad. Hoy, por la burocratización y complejidad del
sistema sanitario, corremos el riesgo de que los términos del “contrato” sean
los que establezcan esa relación entre el paciente y el agente sanitario, rompiendo
de esta manera esa confianza.
Debemos seguir
luchando por mantener íntegro este vínculo de profunda humanidad, pues ninguna
institución asistencial puede por sí sola sustituir el corazón humano ni la
compasión humana (cf. S. Juan Pablo II, M.P. Dolentium hominum, 11 febrero 1985; NCAS, 3). Por
tanto, la relación con el enfermo exige respeto a su autonomía y una fuerte carga
de disponibilidad, atención, comprensión, complicidad y diálogo, para ser
expresión de un compromiso asumido como servicio (cf. NCAS, 4).
Los animo en su
tarea de llevar a tantas personas y a tantas familias la esperanza y la alegría
que les falta. Que nuestra Virgen santa, Salud de los Enfermos, los acompañe en
sus ideales y trabajos, y ella que supo acoger la Vida, Jesús, en su seno, sea
ejemplo de fe y de valentía para todos ustedes. Desde mi corazón, los bendigo a
todos. Que Dios Padre de todos les dé a cada uno la prudencia, el amor, la
cercanía al enfermo para poder cumplir su deber con grande humanidad. Y por
favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.