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domingo, 21 de agosto de 2022

Bioética y Pastoral de la Salud

Cuidado de la vida vulnerable en el papa Francisco
Carlos Giménez Rodríguez
Médico y teólogo

 

RESUMEN:

El papa Francisco nos propone todo un cambio de coordenadas que supone el paso de pastorales especializadas y desvinculadas, entre ellas la pastoral de la salud, a la comprensión de la misión cristiana como el cuidado de la vida vulnerable. La vida vulnerable es un concepto que abarca desde la vida dependiente o anciana hasta la vida del planeta tierra, pasando por la del no nacido. En el artículo se parte del concepto de pastoral de la salud que maneja el pontífice para mostrar que se integra en el amplio e integrador marco del cuidado de la vida vulnerable. Es un marco holístico y omnicomprensivo que permite integrar todas las pastorales y dar razón de toda la vida y misión cristiana como amor oblativo, entendido como el cuidado kenótico de la vulnerabilidad de la vida. 

 

1. Introducción: de la pastoral de la salud al cuidado de la vida vulnerable

Una clave transversal del pontificado de Francisco es el interés por comprender la vida desde la atención y el cuidado de la vulnerabilidad. En el presente trabajo se ha realizado una revisión de sus principales escritos (Evangelii Gaudium, Misericordiae Vultus, Laudato si’, Amoris laetitia, Gaudete et exsultate, Christus vivit, Querida Amazonía y Fratelli tutti) y de los mensajes para la Jornada Mundial del Enfermo. Se ha prestado una atención particular a la pastoral de la salud y, como se mostrará, Francisco parece haber querido dar un paso: pasar de la pastoral de la salud al cuidado de la vida vulnerable.

El artículo está dividido en tres epígrafes. En el primero se aborda la comprensión de Francisco de vida vulnerable; en el segundo la misión cristiana como cuidado de esta vida vulnerable; y en el tercero el horizonte social y cultural.

 

2. Entender la enfermedad, y toda la realidad, desde la vulnerabilidad existencial

A la hora de abordar la comprensión de Francisco de la pastoral de la salud las primeras preguntas que deberíamos hacernos son: ¿Quién es el enfermo para el Papa? ¿Cómo comprende su situación? ¿Qué podemos aprender de su mirada? Francisco nos invita a no mirar primeramente la realidad biológica o física de la enfermedad, sino que quiere ir un paso más allá y descubrir que la enfermedad es, en esencia, una situación de vulnerabilidad.

“La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios”.[1]

La mirada debe fijarse, antes que nada, en la vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad no se refiere únicamente a la debilidad o fragilidad física; sino que el Papa habla de la vulnerabilidad en sentido existencial: es una situación de fragilidad que radicaliza nuestra dependencia natural. Es cierto que la dependencia es una característica propia de todos los seres humanos en todas las etapas de su vida, pero en la enfermedad se agudiza y se experimenta de forma más radical.

Detrás de esta mirada se percibe una antropología relacional. No se entiende el ser humano como una mónada aislada y autosuficiente que busca al otro solo cuando necesita algo o tiene algún interés en él. Se encuentra muy lejos de la antropología liberal individualista y utilitarista. Sino que entiende el ser humano como un ser esencialmente relacional, que vive con otros y se encuentra en permanente relación con ellos. Es una concepción de la persona en la que el valor principal no es la autonomía –la cual parece haberse convertido en un absoluto en la bioética–, sino que esta se encuentra insertada en un entramado de relaciones. Es decir, el ser humano es en esencia relacional. Esto implica que lo que define nuestra humanidad, nuestro ser persona, son nuestras relaciones. No son palabras bonitas, sino que quiere resaltar que estamos realmente conformados por nuestros vínculos. Así se entiende la insistencia del Papa en que afrontemos y vivamos nuestra propia vulnerabilidad:

“No hemos de temer reconocernos como necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos hace falta, porque solos y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los límites. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros mismos nunca podríamos tener”[2]

Este mundo relacional se extiende en último término hasta Dios. Es la relación con el mundo, con los demás y, en su núcleo más radical, con la trascendencia. La dependencia de la que habla el Papa es, en primer lugar, humana, pero, en el fondo, busca a Dios. Esa búsqueda de la relación es lo que le permite ejemplificar la situación de vulnerabilidad con la imagen de un grito. Del vulnerable brota un “grito” que clama por el cuidado. Eso es lo que movió a Dios a actuar en favor del vulnerable pueblo de Israel, “El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí” (Ex 3, 9), y liberarle de la esclavitud de Egipto. Y también debería ser el centro de atención de los cristianos, que nos vamos conformando a su imagen. Así se entiende que Job sea la figura veterotestamentaria que, en la óptica de Francisco, expresa mejor la situación de vulnerabilidad:

“A este respecto, la figura bíblica de Job es emblemática. [...] Job cae en un estado de abandono e incomprensión. Pero precisamente por medio de extrema fragilidad, rechazando toda hipocresía y eligiendo el camino de la sinceridad con Dios y con los demás, hace llegar su grito insistente a Dios, que al final responde, abriéndole un nuevo horizonte”[3]

Esto tiene un interés pastoral altísimo porque la vulnerabilidad radical es el momento de mayor sed de Dios. La enfermedad y la de-pendencia se convierten en caminos hacia Dios, siempre y cuando no actuemos como la mujer y los amigos de Job. Ellos lo acusaron, abandonándolo y condenándolo a una mayor soledad y aislamiento. La respuesta de Dios no es abstracta, sino que es una respuesta de amor que se concreta en la atención y el cuidado, y que lleva a una recuperación integral de la persona en todo su mundo relacional:

“A veces se percibe una carencia de humanidad y, por eso, resulta necesario personalizar el modo de acercarse al enfermo, añadiendo al curar el cuidar, para una recuperación humana integral. Durante la enfermedad, la persona siente que está comprometida no sólo su integridad física, sino también sus dimensiones relacionales, intelectiva, afectiva y espiritual; por eso, además de los tratamientos espera recibir apoyo, solicitud, atención... En definitiva, amor”[4]

En realidad, parece que, para el Papa, al tratar con la vida vulnerable, toda la dimensión cristiana del amor se concentra en la dimensión del cuidado. De hecho, el servicio toma forma de cuidado. Si le preguntáramos a Francisco qué es el servicio posiblemente nos contestaría que es cuidar de la vida vulnerable:

“El servicio es en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”[5]

En el magisterio de Francisco el servicio toma forma de cuidado pero con el contenido de la kénosis. Es decir, no se queda en algo meramente superficial y extrínseco a la persona que da, como si fuera una “simple caricia” o una frase hecha de consuelo. Implica todo el sentido de donación –gratuita y oblativa– de la kénosis cristiana. Es decir, dejar de lado las búsquedas, los afanes y los deseos de omnipotencia propios ante la realidad concreta de los más vulnerables.

Además de no ser superficial o tangencial, el servicio y el cuidado del que habla el Papa tampoco es ideológico, no está basado en ideas, por muy bonitas que sean: “El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la ‘padece’ y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas”[6] Se fundamenta en que se sirve a una persona que, aún en la vulnerabilidad más radical, siempre mantiene una dignidad que nunca se pierde y que es la que mueve nuestra acción:

“Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así”[7]

Francisco es tan insistente con este aspecto que casi parece que traduce el axioma teológico “opción preferencial por los pobres” por “opción preferencial por los más vulnerables, frágiles y necesitados”. No solo se trata de aquellos con mayores dificultades materiales, igual que en la pastoral de la salud no son solo aquellos con enfermedades más graves; sino que se trata de aquellos que viven en una situación existencial de mayor vulnerabilidad y dependencia. Esto le permite abordar la vulnerabilidad como un todo y no hacer compartimentos estancos. Ya no se trata de atender a los pobres con una pastoral social, a los enfermos con una pastoral de la salud, a los dependientes con una pastoral de la dependencia, a los no nacidos con una pastoral de la vida, etc. Sino que se trata de concebir la misión del cristiano como el cuidado de la vida vulnerable, que abarca todas las situaciones de fragilidad y que puede resumirse en su conocida expresión de “periferias existenciales”. Esto le permite un marco de comprensión en el que integrar la predilección de la Iglesia con todas las realidades vulnerables, desde la pobreza hasta el no nacido, pasando por el enfermo o, incluso, la ecología.

 

3. Misión del cristiano: cuidado de la vida vulnerable

En este segundo apartado se desarrolla a qué se refiere el Papa cuando dice que la misión de todos los cristianos es el cuidado de la vida vulnerable. En cuatro apartados: la figura evangélica del Buen Samaritano, el carácter espiritual de la misión, la necesidad de reinventarse desde la comunión y la espiritualidad de esta misión.

a. Una figura evangélica: el Buen Samaritano

En esta línea, la figura evangélica preferida por el Papa es la del Buen Samaritano. El cuidado de la vida vulnerable se concreta en la cercanía y la atención al desamparado en el camino. No es algo superficial o rápido y eficaz, tampoco es aisladamente sacramental ni mucho menos un débil consuelo humano. Sino que el Buen Samaritano:

“Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio”[8]

Cuidado, tiempo, vulnerabilidad, relación, dependencia, persona, compasión... esas palabras son las que resuenan en el corazón de la Iglesia que cuida de los más vulnerables. La actitud cristiana es la “projimidad” –un neologismo del Papa– de esa figura evangélica:

“Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren”[9]

De esta manera, y en consecuencia, la Iglesia debe ser la posada del buen samaritano que acoge y cuida al prójimo sin distinción. Esta imagen está muy relacionada con otras de las insistencias del Papa: la Iglesia es un hospital de campaña para los heridos. La figura evangélica de este hospital de campaña es la posada del Buen Samaritano:

“La Iglesia desea ser cada vez más –y lo mejor que pueda— la ‘posada’ del Buen Samaritano que es Cristo (cf. Lc 10,34), es decir, la casa en la que podéis encontrar su gracia, que se expresa en la familiaridad, en la acogida y en el consuelo”[10]

 

b. Misión espiritual: contra la mundanización

En esta propuesta pastoral de Francisco es llamativa la insistencia en que el cuidado es una misión principalmente espiritual. Incluye lo material o biológico, como puede ser atender las necesidades económicas o, en el caso de la pastoral de la salud, curar la enfermedad y dar una atención de calidad humana y técnica. Pero la mayor vulnerabilidad es la espiritual y ahí debe centrarse la misión eclesial. La Iglesia no es una ONG, como ha repetido Francisco en varias ocasiones. Hay que superar la mundanización espiritual, es decir, no se debe reducir la misión a lo material o a lo inmanente. La mayor pobreza es la espiritual:

“Si la peor discriminación que padecen los pobres –y los enfermos son pobres en salud– es la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe”[11]

El Papa no para de repetirnos que esta misión consiste en la atención espiritual y, por tanto, debe partir del don del Espíritu: “es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios”[12] En consecuencia, lo primero en el cuidador es una actitud de súplica para conseguir la gracia:

“La Iglesia sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud”[13]

Por otro lado, al ser una misión espiritual tiene, de fondo, un fuerte sabor vocacional. Es una llamada de Dios, una gracia, que lo primero que debe despertar en nosotros es el agradecimiento por permitirnos acompañar a los hermanos enfermos. El cuidado no es una carga pesada, sino un don de Dios que nos permite compartir su ser, misión propia. Es un regalo a agradecer:

“Es una llamada dirigida a los que se entregan en su favor, comenzando por sus familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la vocación que el Señor les ha dado de acompañar a los hermanos enfermos”[14]

Sería de gran interés estudiar cuántos de los, por desgracia tan habituales, síndromes de burn out del cuidador cansado desaparecerían con este cambio de óptica. Si viéramos el cuidado y el servicio como lo más sublime, y no como una carga o una limitación, nos sentiríamos afortunados de poder compartir la misión de Dios. Y cuando el Papa dice “misión” lo dice en el sentido más teológico de la palabra. Es una llamada (vocación) de Dios a continuar su obra (misión) de amor y de misericordia en el mundo. Es una prolongación de las misiones trinitarias en la misión del cristiano, que prolonga la acción misericordiosa del Padre:

“Queridos agentes sanitarios, su servicio al lado de los enfermos, realizado con amor y competencia, trasciende los límites de la profesión para convertirse en una misión. Sus manos, que tocan la carne sufriente de Cristo, pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre”[15]

En último término, los cristianos somos cauce de ese cuidado de Dios, de ese inmenso y eterno abrazo suyo. La misericordia de Dios se encarna en la existencia cristiana y nuestros brazos se convierten en prolongación de los brazos del Padre que abrazan la vulnerabilidad y fragilidad de este mundo herido.

 

c. Misión irrenunciable de la Iglesia llamada a reinventarse desde la comunión

La atención a los débiles y vulnerables es una misión propia de la Iglesia a la que no puede renunciar: “La pastoral de la salud sigue siendo, y siempre será, una misión necesaria y esencial que hay que vivir con renovado ímpetu”[16] Ante la falta de sacerdotes la Iglesia está llamada a buscar nuevas formas y ser creativa, no a renunciar.

La respuesta debe partir de la comunión y de integrar a laicos, religiosos, diáconos y sacerdotes. Se hace evidente que deben formarse equipos de atención espiritual que trabajen en comunión. Las realidades eclesiales que acompañan bien espiritualmente a los enfermos funcionan como un equipo que integra a todos los bautizados. No lo hagamos solos, busquemos a otros, como hizo el Samaritano:

“Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un ‘nosotros’ que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades; recordemos que ‘el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas”[17]

Esta misión del Buen Samaritano debe ser una misión de todos los bautizados, todos están llamados por la iniciación cristiana a configurarse con Cristo samaritano:

“A este propósito, quisiera recordar que la cercanía a los enfermos y su cuidado pastoral no sólo es tarea de algunos ministros específicamente dedicados a ello; visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita! El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado”[18]

Los cristianos deberíamos convertirnos en los cuidadores de este mundo herido y frágil en el que vivimos: “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos”[19] Se trata de una misión evangelizadora de toda la Iglesia.

En esta línea destaca el realce que hace Francisco de la labor de los voluntarios. Aunque el objetivo final y a largo plazo debería ser la profesionalización, el Papa insiste en las personas voluntarias porque viven de forma privilegiada la gratuidad del cuidado y la espiritualidad del Buen Samaritano. Ellos tienen sus propias dedicaciones, pero aún así dedican tiempo y atención, de manera gratuita, al cuidado de los enfermos. Son signo de la donación de Dios.

Es decir, aunque ninguna estructura de cuidado puede sostenerse únicamente con voluntarios, tampoco puede nunca prescindir de ellos. Ellos son un signo privilegiado de la donación gratuita del Buen Samaritano:

“La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que son tan importantes en el sector socio-sanitario y que viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano”[20]

 

d. Espiritualidad del cuidado: atención y tiempo

En algunos de sus documentos Francisco propone una espiritualidad del cuidado. Es de lo más coherente: ya que el cuidado es una misión y una vocación preeminentemente espiritual debe estar inmersa en una experiencia del Espíritu. En el documento Amoris laetitia el Papa dedica unos puntos a esta espiritualidad del cuidado.

La describe de la siguiente manera:

“Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permita valorar su dignidad. Se puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega ‘porque sí’, olvidando todo lo que hay alrededor. El ser amado merece toda la atención. Jesús era un modelo porque, cuando alguien se acercaba a conversar con él, detenía su mirada, miraba con amor (cf. Mc 10,21). Nadie se sentía desatendido en su presencia, ya que sus palabras y gestos eran expresión de esta pregunta: ‘¿Qué quieres que haga por ti?” (Mc 10,51)[21]

Por tanto, el cuidado de la vida vulnerable es una profunda experiencia espiritual, la cual, por tanto, requiere presencia y atención. Es una actitud contemplativa que reconoce la presencia de Dios en cada ser humano y descubre la dignidad presente en él. Es interesante resaltar el hecho de que el Papa entiende la actitud contemplativa como aquella que se hace realmente presente en cada realidad humana y le dedica atención, reconociendo al mismo Dios allí. De esta primera característica (contemplación como presencia y atención) se deriva o brota una segunda: la necesidad de dedicar tiempo. Como recuerda Francisco: “La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarlos. Tiempo para estar junto a ellos”[22] Dedicar tiempo gratuito a los otros es profético en nuestra sociedad actual, acelerada y eficientista.

En realidad, estas dos características de la espiritualidad del cuidado nacen de la fe del que reconoce a Cristo en el enfermo. No es una cuestión voluntarista o de mera bondad humana. No es primeramente una decisión ética o de justicia, sino que es una cuestión mística o de fe. Es una experiencia y una actitud que provoca el Espíritu Santo en nosotros y que nos otorga una lectura de fe de la realidad:

“A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay con frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: ‘A mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)”[23]

 

4. Un horizonte: la humanización

Aunque la propuesta del Papa parte de lo personal, de la relación y del cuidado no acaba allí. Él parece mirar hacia un horizonte amplio: la transformación de la realidad social, el paso de la indiferencia al encuentro y de la falta de sentido a la relación profunda con Dios. Este horizonte de transformación social, que podemos llamar de humanización, tiene dos dimensiones o perspectivas: la meso y la macro. La dimensión meso se refiere a las estructuras sociales intermedias, los hospitales y los centros. Cada institución asistencia debería convertirse en un lugar de encuentro, de diálogo y de cuidado. Ser transformados en oasis de vida gratuita y atenta:

“Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división”[24]

La dimensión macro, por su parte, se refiere a la cultura y a la sociedad en su conjunto. El objetivo último de la pastoral del cuidado de la vida vulnerable es crear una sociedad más humana, donde la fragilidad esté en el centro y cuyo motor sea la atención a cada uno en su vulnerabilidad y vinculación:

“Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado”[25]

Esta transformación social tiene un destino global que se despliega en el cuidado de la casa común. No es el objetivo de este artículo, pero sería interesante estudiar cómo el pontífice ha incluido la ecología y la ética medioambiental en el cuidado de la vulnerabilidad. Es sugerente que el subtítulo del documento Laudato si’ sea “el cuidado de la casa común” y que durante toda la encíclica vincule el cuidado del medioambiente con el cuidado de los más pobres y vulnerables. Francisco ha desarrollado unas coordenadas que le permiten incluir todas las realidades que abarca la moral, tanto la social como la personal.

“En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica”[26]

 

5. Conclusiones

En resumen, Francisco nos propone todo un cambio de coordenadas que supone el paso de pastorales especializadas y desvinculadas a la conciencia de la misión cristiana del cuidado de la vida vulnerable. Toda la acción cristiana puede entenderse en este marco, desde la atención a los enfermos hasta la promoción de la vida, pasando por el medioambiente o la centralidad de las realidades de pobreza y marginación, e incluso la realidad cotidiana de la amistad o la vida conyugal. Es un sistema abierto con capacidad de abordar e integrar todos los temas éticos.

Es un marco holístico y omnicomprensivo que le permite integrar todas las realidades y dar razón de toda la vida y misión cristiana como amor oblativo, entendido como el cuidado kenótico de la vulnerabilidad de la vida.

Puede darse un paso hacia una fuerte propuesta cristiana con capacidad de transformar la realidad. Es el momento de pasar de la pastoral de la salud en sentido restrictivo al cuidado de la vida vulnerable. Esta es la vía más creíble de evangelización:

“Los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta querida”[27]

 

Fuene: Razón y Fe, 2022, t. 286, nº 1458 pp. 39-51

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[1] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2021), 2
[2] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo (2019
[3] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2021), 2
[4] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo (2020), 2
[5] Francisco, Fratelli tutti, Roma 2020, 115.
[6] Francisco, Fratelli tutti, 115
[7] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXV Jornada Mundial del Enfermo (2017).
[8] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2021), 1
[9] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2021), 3.
[10] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo (2020), 3
[11] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXX Jornada Mundial del Enfermo (2022), 5
[12] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial del Enfermo (2015), 1
[13] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVI Jornada Mundial del Enfermo (2018), 7.
[14] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXV Jornada Mundial del Enfermo (2017).
[15] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXX Jornada Mundial del Enfermo (2022), 3
[16] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVI Jornada Mundial del Enfermo (2018), 6
[17] Francisco, Fratelli tutti, 78.
[18] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXX Jornada Mundial del Enfermo (2022), 5
[19] Francisco, Evangelii gaudium (2013), 216
[20] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo (2019).
[21] Francisco, Amoris laetitia, Roma 2016, 323
[22] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial del Enfermo (2015) 5
[23] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial del Enfermo (2015), 4
[24] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIV Jornada Mundial del Enfermo (2016).
[25] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXIX Jornada Mundial del Enfermo (2021), 5
[26] Francisco, Laudato si’, Roma 2015, 231 
[27] Francisco, Mensaje con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo (2019).