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lunes, 11 de enero de 2021

Artículo de D. Celso Morga sobre la eutanasia

El Sr. Arzobispo de Mérida-Badajoz, D. Celso Morga, ha publicado esta semana en la revista diocesana "Iglesia en camino" (nº1265), un artículo ante la aprobación de la ley de la Eutanasia el pasado 17 de diciembre por el Congreso de los Diputados, que les presentamos a continuación:

 

Queridos fieles

Las Cortes españolas han aprobado una ley sobre la muerte dulce o “eutanasia”. Se define la eutanasia como la acción de provocar intencionadamente la muerte de una persona, que padece una enfermedad incurable para evitar que sufra. En el Congreso hubo aplausos por la aprobación de la ley. Se trata de un asunto tan serio y grave, que es necesario acercarse con inmenso respeto, incluso temblor, porque hay situaciones y sufrimientos que son muy difíciles de aceptar y llevar adelante tanto para el enfermo, como para su familia. Todos estamos en la misma barca y a todos nos puede pasar.

Mi intención con este artículo es simplemente ayudar a preguntarnos si el camino emprendido por las Cortes españolas es el aconsejable humanamente, si es el camino recto o, por el contrario, es un camino equivocado.

Comienzo por lo fundamental. Es incuestionable: en la base de esta ley hay una forma de concebir la libertad humana, que consiste en pensar y actuar como si el ser humano fuera el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Es una forma de concebir la libertad humana, en el fondo, “individualista”. Mi “yo” es absoluto. A nadie debo rendir cuentas, sino a mí mismo. Con este modo de pensar “los derechos” se multiplican y los deberes disminuyen.

Es necesario y urgente que reflexionemos dónde puede conducirnos este modo de pensar y concebir la libertad humana. No es difícil deducir que nos conduce, como sociedad, a que prevalezca la ley del más fuerte. Por ser una forma de pensar en el fondo “individualista” nos lleva de la mano a la sospecha, a no fiarnos del otro, porque, en cualquier momento, el otro querrá prevalecer sobre mí y someterme a su voluntad. Este tipo de leyes quitan seguridad en la sociedad, en “los otros”, en los médicos, en el personal sanitario, en los hospitales y, lo que es más penoso, en los miembros de la propia familia.  Al afirmar que se trata de un derecho individual que se ejercita si la persona lo quiere se ignora que la persona puede tener muy disminuidas sus facultades para ejercer un acto de libertad tan decisivo para él mismo y se olvida que cada persona forma parte de una comunidad y el ejercicio de este supuesto pone en peligro la seguridad de la comunidad entera.

Además, este tipo de leyes se deslizan siempre por un terreno inclinado que, con el paso del tiempo, conduce a ampliar siempre más los supuestos previstos por la propia ley o a interpretarla siempre de forma más libre por parte de los “otros”. Todos sabemos que es así por la experiencia que tenemos de nuestra propia naturaleza humana inclinada a las soluciones más fáciles.

Por el contrario, la forma de concebir la libertad auténticamente humana parte de la base que no somos artífices ni creadores absolutos de nuestra propia historia; que hay en el fondo mismo de nuestra libertad una ley que nos impulsa a “hacer el bien y evitar el mal”, que nos ordena “no matar”. Se trata de una ley universal e inmutable, que la persona no puede cambiar por mucho que se esfuerce. Ello nos indica que no es la persona humana la creadora de su propia libertad. También nuestra libertad tiene un límite en la libertad de los “otros”.  Formamos parte de un tejido que es la comunidad humana; no podemos ejercitar nuestra libertad sin tener en cuenta el bien de los demás, el bien común.

Para finalizar, dos apuntes más que me llevan a concluir que esta ley es un camino equivocado. Ciertamente, hay sufrimientos atroces e insufribles y además sin esperanza de curación con la ciencia médica actual. Se entiende bien que los familiares más cercanos, llevados de la compasión, puedan querer poner fin a esos sufrimientos con la muerte del ser querido, si él además lo quiere. Pero para resolver estos casos, que siempre serán pocos con respecto al conjunto de la sociedad, no es el camino acertado cambiar la ley porque la ley debe buscar el bien común. Para esas situaciones tan graves, deben ser los jueces quienes, aplicando la ley al caso concreto, juzguen sobre las circunstancias eximentes que deben atenuar la pena o, en algún caso muy extremo, incluso suprimirla. Por último, con esta ley, ¿no estamos favoreciendo una forma de afrontar el sufrimiento humano que, de algún modo, retarda o no ayuda a la investigación médica para paliar dicho sufrimiento? A mi entender, con esta ley se ha emprendido el camino más fácil, pero con graves consecuencias en el plano moral por no estar a la altura de la dignidad humana.

+ Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz