«Gratis habéis recibido; dad
gratis» (Mt 10,8)
El papa Francisco, en su mensaje para la XXVII Jornada Mundial del Enfermo que se
celebrará el 11 de febrero, destaca que el cuidado de los enfermos requiere
profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y
sencillas como la caricia, a través de las cuales se logra que la
persona se sienta ¨querida¨. En el texto, el Santo Padre aseguró que
Santa Teresa de Calcuta “nos ayuda a comprender que el único criterio de
acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura,
etnia o religión”.
Mensaje completo y material para la jornada:
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt
10,8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los
apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de
gestos de amor gratuito.
Con ocasión de la XXVII Jornada Mundial
del Enfermo, que se celebrará solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero
de 2019, la Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos,
recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano,
son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos
requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y
sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra
persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte
san Pablo—: «¿Tienes algo que no hayas recibido?» (1 Co 4,7). Precisamente
porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera posesión o una
propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina y de la
biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de la
manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gn 3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la
indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de
desafiar el individualismo y la contemporánea fragmentación social, para
impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos
y culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios de
relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper los
rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción de donar no
se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí
mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un
objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el
don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo
reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del vínculo social.
En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la encarnación del Hijo,
Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e
indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros
padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos
completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos
arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es
una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo reconocimiento
de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la
solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Esta conciencia nos impulsa a actuar con
responsabilidad y a responsabilizar a otros, en vista de un bien que es
indisolublemente personal y común. Solo cuando el hombre se concibe a sí mismo,
no como un mundo aparte, sino como alguien que, por naturaleza, está ligado a
todos los demás, a los que originariamente siente como “hermanos”, es posible
una praxis social solidaria orientada al bien común. No hemos de temer
reconocernos como necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos hace
falta, porque solos y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los
límites. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha
inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza
para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros mismos nunca
podríamos tener.
En esta circunstancia de la solemne
celebración en la India, quiero recordar con alegría y admiración la figura de
la santa Madre Teresa de Calcuta, un modelo de caridad que hizo visible el amor
de Dios por los pobres y los enfermos. Como dije con motivo de su canonización,
«Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa
dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por
medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la
abandonada y descartada. […] Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas,
que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que
Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para
que reconocieran sus culpas ante los crímenes […] de la pobreza creada por
ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la “sal” que daba sabor a cada
obra suya, y la “luz” que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni
siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento. Su misión en las
periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en
nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más
pobres entre los pobres» (Homilía, 4 septiembre 2016).
Santa Madre Teresa nos ayuda a comprender
que el único criterio de acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción
de lengua, cultura, etnia o religión. Su ejemplo sigue guiándonos para que
abramos horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad necesitada de
comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.

La dimensión de la gratuidad debería
animar, sobre todo, las estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica
del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en las zonas más avanzadas como
en las más desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas están llamadas a
expresar el sentido del don, de la gratuidad y de la solidaridad, en respuesta
a la lógica del beneficio a toda costa, del dar para recibir, de la explotación
que no mira a las personas.

Os encomiendo a todos a María, Salus
infirmorum. Que ella nos ayude a compartir los
dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de noviembre de 2018
Solemnidad de N. S. Jesucristo Rey del
Universo